Un grupo de manifestantes ha intentado llegar a la Asamblea Legislativa de Río de Janeiro. Los uniformados han lanzado gases lacrimógenos para contenerlos, pero éstos han respondido con cócteles molotov y han alcanzado la escalinata del congreso regional, donde han prendido fuego a un coche. Al menos cinco policías han resultado heridos
Las movilizaciones en Brasil han superado los confines de las primeras reivindicaciones.
“No están preparados para una democracia participativa”. “Todo esto es sobre el derecho que tenemos a ser consultados”. “Como dicen los indignados de España, vamos despacio porque vamos lejos”. Las frases surgen a borbotones, espontáneamente. El escenario: praça Roosevelt, centro de São Paulo, sábado pasado, 20.00 horas. Resuenan skates, risas juveniles. Cae una lluvia fina. Contexto: la asamblea del colectivo #ExisteAmoremSP discute sobre la gran manifestación de este lunes. En apenas un día, más de 150.000 personas confirmaron la asistencia al Quinto grande ato contra o aumento das passagens!, contra el aumento de precio del transporte público.
Tras la durísima represión policial las manifestaciones de la semana pasada, ignorada inicialmente por los grandes medios, las redes sociales brasileñas hierven. Y las protestas se multiplican y exceden las peticiones iniciales. Unas horas antes de la asamblea, bajo la etiqueta #OGiganteAcordou (el gigante despertó), un grupo de manifestantes mostraba en Brasilia su oposición a la Copa de Confederaciones de la FIFA, justo antes del partido inaugural entre Brasil y Japón. Un encuentro en el que Dilma Rousseff, presidenta de Brasil, fue silbada.
¿Qué está pasando en Brasil? ¿Qué relación tienen las diferentes protestas? ¿Por qué ahora? Alex Antunes, un músico de São Paulo, pide el turno en la asamblea: “De aquí en adelante, tenemos que ir más allá de las manifestaciones de la izquierda militante. Algo está pasando. En elsite de O Globo, la encuesta sobre quién ganará la Copa de Confederaciones, el 87% apostó por Tahití. Algo inédito en el país del fútbol”.
Claudio Prado, uno de los nombres más conocidos en la cultura digital de Brasil, toma la palabra: “Sí, es increíble. Parece que las hinchadas de todos los equipos de São Paulo se van a unir el lunes, por primera vez”. Alguien habla de Turquía, donde hinchadas se unieron en Taksim Gezi Park. Alguien cita al movimiento 15M de España. Caio Tendolini, que participa en la plataforma decrowdfunding Catarse, insiste en el carácter no violento del movimiento: “Tenemos que romper la imagen de violencia que imponen los medios. Apostemos por lo lúdico”.
La asamblea continúa en el centro cultural Matilha Cultural, muy próximo.¿Cómo se está fraguando una revuelta que los grandes medios parecen no estar entendiendo? Escuchando a los activistas, creadores, estudiantes y ciudadanos que participan en la asamblea, no surgen respuestas categóricas. Aparecen, eso sí, más preguntas. Deseos. Malestares. Antonio Martins, el periodista que dirige el medio independiente Outras Palavras, habla del derecho a la ciudad: “Queremos ciudades para todos, aceso a internet y los conocimientos compartidos en red. Queremos convertir las ciudades en espacios libres para la cultura, el saber y el amor, sí, el amor”.
Pablo Capilé, del colectivo Fora do Eixo, intenta poner orden. Busca la luz, algo que agregue a más movimientos. Un punto de unión que una todas las revueltas que han estallado en Brasil con “los movimientos de las redes globales”. Una joven llamada Leitica lleva el diálogo a lo local. Afirma que en Curitiba, en el sur del país, supuestamente la ciudad con mejor transporte público de Brasil, ha habido varias manifestaciones. “No somos la ciudad idílica que nos dicen. Es marketing”, sentencia.
André Takahashi, activista de Brasil pelas Florestas, da una noticia: “Algunos indígenas van a unirse. Los terenas, por ejemplo, van solidarizarse con lo que está pasando”. La lucha ya no será por el aumento de 0,20 reales (0,08 euros) del billete del transporte urbano. La lucha puede incluso desbordar los límites urbanos. ¿Qué está pasando en Brasil, el supuesto país del futuro en el que la economía crece y el desempleo es bajo?
En la última semana, las redes sociales de Brasil se han inundado de frases de las revueltas globales remezcladas con dichos brasileños. Humor ácido. Y muchas y variopintas quejas. Idalina Silva, una artista de Río de Janeiro, publica en su muro de Facebook: “Los medios se preguntan quiénes somos. Somos la población que se cansó de los abusos del poder autoritario, corrupto y contrario a los principios básicos de los direchos humanos. ¡Abajo la neodictadura!”.
La gestora cultural Tatiana Martinelli suelta la ira en su perfil de Facebook contra la baja calidad de los servicios públicos: “La indignación actual brasileña no reside apenas en el aumento del transporte. Va un poco más allá… ¡Educación de calidad para todos! ¡Salud de calidad para todos! No podemos aceptar pagar unos impuestos tan altos y encima tener que pagar por servicios sociales privados”.
Pero si hay un asunto común, al margen de mobilidad urbana, ese es el Mundial de Fútbol. La FIFA y sus imposiciones económicas y legales están enfureciendo sobremanera a los brasileños. “La Copa es el acelerador de diversas violaciones: soberanía de la FIFA sobre el Estado brasileño con la Ley General de la Copa, la posible aprobación de la ley del terrorismo, que convertirá en crimen las manifestaciones populares y criminalizará a los activistas y los movimientos sociales”, asegura Cláudia Favaro, de la Articulación Nacional de los Comités Populares de la Copa, en declaraciones a eldiario.es. La situación ha estado en los últimos meses especialmente tensa en Río de Janeiro, donde el Gobierno del Estado está intentando tumbar el antiguo Museu del Indio para construir un parking para el estadio Maracanã.
No es de extrañar que la FIFA se haya convertido en una diana común. El profesor de historia Francisco Foureaux, desde Belo Horizonte, critica en un texto intenso la “democracia fatalista que produce parlamentos serviciales al gran capital, los medios arrodillados al poder financiero y el absurdo gasto para esa agencia terrorista llamada FIFA”. La investigadora en cibercultura Maisa Martorano, desde la ciudad nordestina de Natal, apunta a los grandes eventos que marcan la agenda de Brasil: “¿El país de la Copa y de las Olimpiadas… ¿Copa para quién? A la población nos han dejado el privilegio de la deuda y el consumo. El precio que pagamos son las ciudades sitiadas y vigiladas, rehenes de la violencia”.